domingo, mayo 25

Llegó, tarde y cansada pero llegó.
Llevaba tiempo echando(lo) de menos pero no se había dado cuenta hasta aquel frío día. 
"No pasa nada" pensó -aunque también lo pensé yo-. 
Si se fue es porque yo lo dejé ir (osea ella, que no yo) porque quizá ya no estábamos bien, porque quizá necesitaba respirar. 
Pero sabía que no iba a ser una respiración de esas que te dejan sin aliento durante mucho tiempo, sabía que esa respiración sería tan corta como un suspiro. Tomar aire suficiente para ahogar las penas y soltarlo todo hasta quedarte sin una pizca de oxígeno en el cuerpo para expulsar todos los males.
El problema estaba en que a veces un suspiro dura demasiado. Otras veces el problema está en que el suspiro ha tardado mucho en llegar.
Y este era el caso, el suspiro había tardado en llegar, tanto que dejó de ser un suspiro a ser una respiración lenta y dolorosa. Tan lenta y dolorosa como estaban siendo sus mañanas, sus medios-días y sus noches sin su presencia.
"Acabar acostumbrándose al dolor es como aguantar los tacones a las 6 de la mañana después de 4 tequilas y un par de gintonics de más. Difícil pero no imposible"- Pensó mientras se quitaba los tacones.
Pero esta vez no venía de fiesta, ni si quiera se había tomado una copa por lo que sabía perfectamente a lo que se refería.
(Y por si no lo sabes, se refería a ti, a tu sonrisa de lado, a tu mirada, a tus "buenos días princesa!", a tus frikadas, a tus consejos a media lengua... Se refería a que te echaba de menos pero no iba a hacer nada por recuperarte.)
El decidió, ella sólo aceptó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario